Abro una puerta y me lanzo a la luz, que vuelve a ser fría con toques de pereza: acuarela idealizada del pintor, náufrago en el mar extenso de su pasión desbordada. El beso despiadado del aire me hace balancear en eterno desafío: estar o no volver, recordar o dejar el pasado sumergido en el tiempo, anclados los sueños en el muelle izquierdo del corazón. Probablemente – pienso – no tardarán en volver a repetirse. Trazo una línea e ignoro las sombras y los grises de un atractivo paisaje sumido en la música callada del agua. Agua enroscada en el verde de los campos, que corre nerviosa por canales, se desliza con prudencia bajo puentes, no siempre en silencio, pero sí frecuente en la lánguida rutina de los días. Sacia la sed de la tierra, y la fecunda en los constantes amaneceres. Proyecta su pálpito en minúsculas facetas que laten en cada brizna que piso, en cada hoja que tiembla, hasta en esa misma brisa que juega en las eras trabajadas. Arde la luz, y el aire siente escalofríos al rozarse con la tierra caliente, que sigue contornos paralelos: verde y azul, agua y cielo, color y vida. Comunión intensa en la dualidad inevitable de la nostalgia, que niega la imagen heredada y parte en dos el cielo. Vida, siempre caudal intenso que ofrece el paisaje, tela en la que el pintor fracciona los sueños en miles de universos.
2 comentarios:
Jo! Preciosa entrada..
Me has cautivado..
Y que imagenes tan hermosas.. ho. sii..
Un paisaje encantador.
abrazos.
Pilar, he leído tu escrito en voz alta y he descubierto la cadencia de un poema a la naturaleza. También a veces, cuando salgo a pasear por el polder me quedo impresionada por la belleza de los campos, las aves y las nubes.
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