Ya he regresado al silencio y a la quietud del blanco de mi entorno. El frío me hace extremecer pero no consigue entibiar las cálidas sensaciones traidas desde allí, imágenes de una ciudad en la que lo cotidiano refleja la emoción intensa del encanto de su historia, y donde tengo anclados tantos íntimos recuerdos entre el bullicio de unas calles y las prisas de la vida. Cada encuentro con ella lleva también el riesgo de la separación, hiriendo ese cordón umbilical que nos une, pero vuelvo y guardo las huellas en mi sensibilidad curada.
Esta vez llegué a una ciudad con nostalgias de Navidad, que me abrazó con su luz y un sabor a primavera. Anfitriona, y presumiendo de siglos, puso como siempre a mi disposición una muestra de su arte que inundó mis ojos con contornos y figuras, perfiles y colores, personajes silenciados en lienzos, piedras que se enfrentan al tiempo implacable. Pero esta vez, además, me hizo sentir centro de un espacio en el que la voz se irguió sobre la ficción horizontal de la palabra escrita: química tangible al descubrir las miradas cómplices de los amigos. En el contacto de sus brazos abiertos fui protagonista en el cerrado círculo del tiempo.
Esta vez llegué a una ciudad con nostalgias de Navidad, que me abrazó con su luz y un sabor a primavera. Anfitriona, y presumiendo de siglos, puso como siempre a mi disposición una muestra de su arte que inundó mis ojos con contornos y figuras, perfiles y colores, personajes silenciados en lienzos, piedras que se enfrentan al tiempo implacable. Pero esta vez, además, me hizo sentir centro de un espacio en el que la voz se irguió sobre la ficción horizontal de la palabra escrita: química tangible al descubrir las miradas cómplices de los amigos. En el contacto de sus brazos abiertos fui protagonista en el cerrado círculo del tiempo.
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