sábado, 5 de marzo de 2011

Una pérdida muy sentida



Le habíamos visto crecer, sin límites y en rápida monotonía con los años. Era un chavalillo en el que ya empezaban a destacar algunos de los rasgos que le caracterizarían más tarde: alto y flexible en lo adverso del tiempo. De pequeños, mis hijos gustaban de acercarse hasta él y buscar el refugio de sus brazos. A veces yo temía por su calma cuando le involucraban en sus juegos con la rudeza y la fogosidad de la edad, pero se mantenía siempre como el símbolo de la verticalidad y nunca le vi gesto de enojo o de congoja.

Cayeron las hojas para él y para mí, se nos fueron marcando pliegues con descaro. Su presencia era una constancia fiel, donde yo reflejaba el recuerdo de aquellos otros que mecieron mis infantiles caprichos, aunque no sé muy bien quién de los dos ambicionaba más la luz y un baño silente de azules. Me asombraba su carácter, su instinto de conservación que le enfrentó con frecuencia a una naturaleza caprichosa con esa magia que le hacía elevarse por encima de nosotros, mientras yo sentía tiritar mis raíces. No había nada que le doblegara. Sólo hubo una ocasión en que le faltó viveza y necesitó tiempo hasta que recobró el color fresco de su piel, y siguió compartiendo la esencia de la vida. Volvió a danzar en el aire.

Eso fue el ayer, hoy es el dolor y la derrota al ser vencido por una naturaleza borrascosa y tenaz, que abatió su vida dejando que el viento abriera una herida en la tierra sin defensas. Con él ha desaparecido un compañero fiel, bajo cuya sombra nos cobijábamos durante los veranos.


6 comentarios:

Annick dijo...

Un muy bello homenaje a un arbol poderoso !

Besos desde Málaga.

ANTONIO CAMPILLO dijo...

La muerte, esa compañera que juega a alcanzarnos, siempre es implacable.
Los seres vivos de este planeta, en nuestro caminar por la vida, siempre nos encontramos con la muerte.
Mas, nunca perder la vida es morir ya que se sigue viviendo por siempre en el recuerdo de los demás.
Tu hermoso texto, Pilar, será siempre la vida de quien pereció.

Jose dijo...

¡Ah, qué pena, qué pena...! No sabes cuánto siento esta pérdida. Como apasionado amante de los árboles que me considero puedo hacerme una idea del tremendo disgusto que debe suponerte, sobre todo, teniendo en cuenta todos los momentos que habéis compartido y que, a la postre, han hecho que establezcáis esos vínculos que tan bellamente has retratado en tu sentido homenaje...

En fin, ánimo...

Recibe un cálido abrazo. Buenas noches.

Nómada planetario dijo...

Desde el minuto cero ya estamos predestinados a extinguirnos. Es consustancial con toda forma de vida.

Manuel Wallace Moreno dijo...

Pili, intuyo (no sé si me equivoco) que te refieres al nogal de la Azucarera; pero en el jardín había 3 nogales: el grande, al que nunca me pude subir, al que se subía Enrique el jardinero para sacudirlo y echar abajo las nueces. Recuerdo que, un día, después de una tormenta con granizo todo el jardín se llenó de nueces. En el segundo, que estaba al lado de la "tajea" si me subí, era más fácil; el tercero, al lado de la verja, lo vimos crecer. Hoy ya son naturaleza muerta y ya sabemos que los árboles mueren de pié.

Natalia dijo...

Me recuerda aquella morera que había en la casa de los abuelos, tan vieja, tan hermosa, que un día murió, y la arrancaron, y con ella se llevaron parte de nuestra historia familiar.

Un abrazo.