jueves, 3 de noviembre de 2011

Otoño, tiempo para soñar. Un cuento.

Un texto antiguo



Entre los libros preferidos de mis años infantiles están los cuentos de la colección "Marujita", de Ediciones Molino. Su lectura influyó muchos de esos años en mi hermana y en mí y aún hoy día no estoy muy convencida, quizás no quiero convencerme, que no existe ese mundo encantado que nos describían, el pais de las hadas.

Mis abuelos vivían en una casa en las afueras de la ciudad con un gran jardín, donde mis hermanos y yo disfrutábamos las aventuras más fantásticas y divertidas. Era el sitio ideal en el que nuestra imaginación infantil situaba aquel mundo de los libros; allí tratábamos de encontrar entre los árboles, setos, plantas y flores, esa población menuda que formaban las hadas, duendecillos, gnomos, elfos y geniecillos traviesos. Todo el tiempo que nos dejaba libre el colegio -entonces teníamos de aquellas largas vacaciones- lo pasábamos en aquella casa, hoy desaparecida. El jardín estaba rodeado de altas verjas de hierro que ofrecían una gran seguridad a los mayores que nos dejaban libres para corretear todo el día a nuestro gusto, interrumpiendo los juegos solamente a la hora de las comidas y la siesta.

Títulos tan bonitos como La travesura del gnomo pegón, El duendecillo de la chimenea, Un gato en el país de las hadas, La casa encantada y muchos, muchos más, daban paso a historias que se desarrollaban en un país a donde se llegaba por senderos ocultos o puertas invisibles, con personajes que vivían en casitas mágicas que andaban o hablaban, siempre en medio de una exuberante vegetación. Con la imaginación rica de los niños, no nos era difícil sentirnos protagonistas en medio de aquel mundo de magia, buscando detrás de un árbol, en el hueco de un tronco, entre las rosas y los geráneos o en cualquier pequeño rincón del jardín, algunos de aquellos gnomos, duendes y hadas para hacerlos compañeros de nuestros juegos. Hoy, aquella casa de mis abuelos, desgraciadamente, ha desaparecido arrastrada en la vorágine de los tiempos que corren y sólo queda un terreno lleno de matojos y maleza. Nada mágico ni especial podemos encontrar; eso sí, aún están en pie las palmeras que indican el lugar de tantos recuerdos.

Estamos entrando en el otoño. Es el tiempo ideal para pasear por el bosque; hay calma después de la agitación y exhuberancia del verano, y sugen nuevas actividades para esta época fría que se acerca. Caminando por los estrechos senderos sombreados con altos árboles, aún no despojados totalmente de sus hojas, puedes ver como la naturaleza se envuelve en tonalidades ocre, marrones, oro viejo, verdes oscuros y amarillos. Cerca de casa hay un bosquecillo donde me gusta pasear; el suelo está cubierto de una crujiente manto que amortigua el ruido de los pasos y hay abundancia de frutos maduros, manzanas silvestres, castañas, bellotas, toda clase de setas. En esta época del año la naturaleza es ahora diferente, la vegetación distinta, más amplio el espacio, las sombras y los sonidos tienen otras tonalidades, pero, en la luz suave del sol de otoño que todo lo envuelve, la magia es la misma de entonces y la imaginación está todavía dispuesta a ayudarte.

Desde pequeña he sentido la necesidad de leer. Con los libros crecí, me acompañaron cuando me alejé y ahora son más numerosos los que están conmigo. Conocí nuevas historias y diferentes personajes hicieron su aparición, pero, a pesar de todas experiencias que me han invitado a vivir aún sigo buscando en mi pequeño jardín, entre las nuevas plantas y entre los árboles, la magia de aquellos cuentos: hadas, duendecillos, gnomos y elfos, …¡Quién sabe, quizás alguna vez los encuentre!

4 comentarios:

Mª LUISA ARNAIZ dijo...

Yo creo que esos personajes que solo ve nuestra imaginación es lo que nos queda de niños. Besos.

ANTONIO CAMPILLO dijo...

Estoy convencido de que los encontrarás, Pilar.
Existen. Claro que existen. Nos rodean y nos ayudan a tener cada vez más imaginación, más amor por sus historias, más calma interior.
Y cuando sentimos, como dices, la calma expectante de la serenidad otoñal, oímos un leve murmullo que parece un soplo de viento pero es un susurro de los gnomos.
Es posible que a esos cuentos, sin plantearnos su contenido, nos ayudaron a aprender a soñar. Esta asignatura siempre ha faltado en todos los curriculos para desgracia de todos.
Cuando encontremos un ser que enseña a soñar nos lo decimos y nos lo enseñamos, ¿de acuerdo?

Un fuerte abrazo, Pilar.

Manuel Wallace Moreno dijo...

Bueno Pili, yo también he leído mucho esos libros; ya no recuerdo cuantas veces, pero rconozco que estaba un tanto obsesionado con ellos, de lo que me gustaban.

Loreto me dijo una vez que ella cuando niña había salido al jardín de la casa de los abuelos en la Azucarera a buscar los duendecillos pues estaba convencida de que vivían allí.

Y ahora recuerdo que mi hijo agustín, cuando tenía unos 6 o 7 años, un día que me tenía de los nervios más que de costumbre pues tú sabes que era tremendo, lo llevé a los jardines Picasso en Málaga donde está el ficus gigante considerado como el árbol más grande de Europa, que tiene un tronco enorme y todo lleno de raíces y le dije que si no se portaba mejor saldría un gnomo y se lo llevaría y ya no lo volveríamos a ver más. Se quedó tan impresionado que no quiso durante unos días seguir viendo la serie de dibujos animados David el gnomo que aquellos días ponían en la TV.

Nómada planetario dijo...

No desesperes, a la vuelta de cualquier recodo pueden aparecer esos personajes.
Un abrazo.