Como otros años Deventer se vistió de Dickens ...
Charles Dickens está de nuevo aquí, envuelto en el olor del ponche y las castañas asadas, y yo vuelvo a dejarme conquistar por ese aire inglés de Navidad que llega con su visita. La nieve este año es real, y al calor de la fogatas encendidas en las calles se acercan los personajes traídos por él, entre temblorosas luces, árboles de Navidad, y casas restauradas de la época. No sólo en las calles, sino a través de ventanas y puertas abiertas entras en el ambiente romántico y lleno de contrastes del siglo XIX.
Esta vez quiero alcanzar el tiempo y retroceder, cruzar esa línea que separa lo verdadero de lo imaginado en sus cuentos, vivir en el presente las historias de los libros. Me veo avanzando por esas calles anfitrionas de la ciudad. Hace frío. Copos de nieve dan el toque blanco al color en las mejillas de la gente. Pronto me encuentro rodeada de una abrigada multitud, deseosa igual que yo de conocer a los verdaderos protagonistas del día: vendedores de periódicos, deshollinadores, huérfanos desharrapados, mendigos y locos, rateros, niños que ofrecen en venta. En el recorrido también me cruzo con damas elegantes y caballeros con sombreros de copa. Más adelante me enfrento a un grupo de exaltadas señoras que exigen el derecho a voto, mientras vendedores muestran sus mercancías y un muchachito anuncia las noticias del periódico que ofrece.Tengo un encuentro con Ebenezer Scrooge tan desagradable como siempre, con la pequeña Dorrit, con el distinguido señor Pickwick. A Oliver no hay quien lo pueda coger, y David Copperfield muestra el buen carácter que nos contaba Peggotty. En una esquina un contador de cuentos entretiene a un grupo de curiosos, y hay un momento de confusión cuando atisbamos a la reina Victoria a través de los cristales de una carroza.
El aire frío trae cerca las notas de un coro que canta a la Navidad mientras el día cuenta tenaz las horas. Voy pasando de un libro a otro recogiendo cada una de las historias. Los personajes se muestran cansados y se hacen reales, toman propias decisiones, manifiestan sus derechos. Se han hecho noticia que atrae a miles de visitantes para asistir a esta cita cada año, y así saben que volverán a copiar la moda de entonces, a airear los disfraces, a desempolvar sombreros, y ensayarán canciones y textos para dialogar. Así cuando el rumor de la ciudad vuelve a sus actuales dimensiones, los protagonistas del día regresan al silencio de las letras. Allí dormirán el sueño reparador que los harán tan apetecibles, tan deseados como cada año.
3 comentarios:
Muy bonita la entrada Pilar,
pasaba a saludarte y que estos días tan entrañables, tengas unas
¡felices fiestas!.
un abrazo.
Querida Pilar, no puedes imaginarte lo que me gustaría revivir ese mundo de Charles Dickens como lo revives tú. Lo estoy haciendo pero desde mi peculiar punto de vista. Lo notarás cuando te lo comunique.
Es, como muchas otras, una tradición que sospecho lejana y duradera en el tiempo de tu segunda ciudad. Debe ser tan curiosa como viva en una época del año en la que todos deberían recordar lo simple, la miseria, la bondad y la maldad, excepcionalmente descritas por Dickens. De él se aprende a ser justo, decente y bueno, tres cualidades muy importantes en este tiempo que nos han asignado para vivir.
Tu relato expresa tu sincero sentimiento de amor, comprensión y sensibilidad hacia las pulcras pero terribles penalidades descritas en un siglo de desamor e injusticia en algunos lugares del mundo.
Como en la actualidad.
Te deseo,
¡PAZ, AMOR Y UN PRÓSPERO AÑO 2012 PARA TI Y TODA TU FAMILIA!
Un fuerte abrazo, Pilar.
Pilar, nos has retrotraido/actualizado el espiritu de la navidad tan conocido de Dikens y a veces tan mal actualizado. Todas las virtudes y todos los defectos y maldades, coexisten. Gracias por recordarlo.
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