sábado, 25 de septiembre de 2010

Soñar en amarillo


Vicent Van Gogh



Un día de Junio ...

Hoy la carretera se ha convertido en el lugar de citas para los que empiezan las vacaciones. No somos los únicos que avanzan compitiendo en ese afán de llegar. Sin embargo, nuestra ruta tiene establecido un órden en tiempo, kilómetros y pausas, hay nombres y encrucijadas que rompen los perfiles repetitivos en verde y nos distraen, y nubes, muchas nubes que nos acompañan con demostraciones húmedas de afectos.

Más adelante todo es diferente y hace calor. El verano se impone y condiciona el ritmo de nuestro viaje al sur. El sol ilumina contornos y hace del paisaje óleos intensos y suaves acuarelas que despiertan asombros; los sueños cambian y hay lugar para nostalgias e instantes melancólicos. Nos apartamos de la ruta general para atravesar pueblos casi dormidos, ciudades pequeñitas. El silencio sale al encuentro del viajero, que se recrea en el aparente abandono. De vez en cuando se abren ventanas en esta tierra fértil: hasta donde alcanza la vista se extienden campos prometedores de una cosecha generosa, tierras trabajadas, grávidas de un fruto en sazón.

Como cada año recobro las imágenes y desaparecen fatigas y contradicciones. La geografía es aquí amable e inspiradora, en colores cálidos que acarician la vista y despiertan sensaciones. La vid es aún jóven y esperanzada, el trigo crece entre verdes y oros, amapolas rojas, y el amarillo tornasolado de marrones y ocres que viste de lujo a los girasoles, siempre obedientes al sol y buscando un amor perdido. Los girasoles en líneas marciales, aparentemente indiferentes a cualquier intromisión, compensan la lejanía del destino previsto. Una presencia constante de color que se asoma al camino al filo de las horas. Algo especial tiene esta planta herbácea que puede alcanzar hasta varios metros de altura y se deja dominar por sus hormonas.

Seguimos por lugares que no olvidan batallas ni nombres que alcanzaron la eternidad, hasta que lo largo del camino hace nuestro gesto incierto y nos ronda la fatiga. Al atardecer algo espiritual impregna el espacio y todo se equilibra. Se acaban las prisas y se abandona la vigilia. Cuando muere la luz, los girasoles sometidos a la dualidad de su carácter, tienen un asomo de tristeza que difumina sus contornos, y esperarán por prudencia –o quizás por timidez– poder seguir al sol y dejar que sea éste quien atrape de nuevo sus miradas.

Hasta entonces, para ellos y también para nosotros, el tiempo mantiene un aire de concordia que invita al descanso. Esta noche, mientras tanto, el color de mis sueños será en amarillo.

2 comentarios:

Nómada planetario dijo...

Una descripción llena de lirismo del viaje.
Saludos.

anuar bolaños dijo...

OTRO DÍA

Este será, por supuesto, un poema repetido.
Hablaré una vez más
de como la lluvia confirma
que la nostalgia es el atuendo del invierno,
y por más que avancen los días
o cambie de escenario el bolero de la vida
siempre vuelvo a esta sensación de marioneta
que va dando tumbos por el sendero del recuerdo.

Tu voz acude, tus ojos se asoman.
Imposible no llevar tu aroma
o la marca de tu beso en mi sonrisa.