Deventer
"Las ciudades como los sueños están hechas de deseos y temores"
Ítalo Calvino, novelista italiano.
Deventer, una de las cinco ciudades más antiguas de los Países Bajos, no es la ciudad donde he nacido pero ha sido un campo abonado para una nueva vida y un nuevo lenguaje, y ya no es la desconocida de entonces donde me costaba orientarme. Amable y nada pretenciosa parece atender mis nostalgias geográficas. Su identidad, paisaje, gente, olores, sin olvidar el clima, han influido en mi comportamiento hacia ella. Nuestra relación ha sobrevivido todos los grados de iniciación y conocimiento, momentos de incertidumbres y de alegres auspicios, emotividad, hasta llegar al perfecto entendimiento; pero es el trazado de sus calles y plazas, jardines, edificios y monumentos los que me han hablado de su historia y la de sus habitantes.
La historia de Deventer es larga y comienza en algún momento entre los años 4000 y 3000 aC, cuando un grupo de nómadas llega a los alrededores de la actual ciudad. Siglos más tarde campesinos, artesanos y comerciantes se instalan definitivamente a las orillas del río Ijssel en casas que por vez primera son de madera. No fue una solución muy segura cuando un desvastador fuego destruyó dos terceras partes de la ciudad a mediados del siglo XIV. Después de esto se emplearon otros materiales y hoy Deventer conserva la casa de piedra más antigua de Holanda. Ella ha sido testigo del curso del tiempo y del auge de Deventer como uno de los enclaves de la Liga Hanseática a lo largo del río Ijssel. Este río ha tenido a través de los siglos mucha importancia para el desarrollo de sus relaciones comerciales, pero es cierto que, en ocasiones, hay que tenerle vigilado por las inundaciones que hasta el día de hoy siguen fastidiando la ciudad. Descubrimientos arqueológicos como restos de murallas y antiguas edificaciones, enterramientos, trozos de cerámica, puntas de flechas y –no me olvido- la casa de piedra tienen la palabra en estos primeros capítulos de su historia.
Poco a poco creció hasta ser una ciudad ilustrada y con ambiciones. Acuñó su propia moneda, se fundaron organizaciones de beneficiencia, la imprenta alcanzó una larga tradición y uno de los más conocidos organistas, Jan Pieterszoon Sweelinck, tuvo su cuna en Deventer a mediados del siglo XVI. Es de mucha importancia el establecimiento de la Escuela Latina que le dio gran notariedad y atrajo a muchos estudiantes a la ciudad. Se seguían lecciones en las siete artes liberales, de las que Latín y Lógica eran las asignaturas principales. Erasmo de Rotterdam fue un alumno aventajado, a quien no le gustaban las reglas ni los dogmas; la diversión debería destacar en la vida, y la curiosidad. Non scholae sed vitae discimus –no porque la escuela lo quiere, sino porque la vida lo pide- es el lema de Séneca que ha quedado grabado y que hoy puedo leer en la fachada del edificio de la antigua escuela. Deventer había terminado con La Edad Media y se convirtió en el centro intelectural de los Países Bajos.
Eran tiempos en los que todo se podía comprar, hasta un permiso de residencia para el cielo. La iglesia tenía barriles de oro y en la calle el pueblo moría de hambre. Se levantó una gran barrera entre los ricos y los que no tenían nada. La gente veía todo esto con sufrimiento pero callaba. Los holandeses eran piadosos, temían a Dios y esperaban mejores tiempos. Y así, mientras Erasmo predicaba tolerancia, hizo su entrada en la historia Felipe II que no tenía nada de tolerante y se consideraba enemigo de cualquier cambio. Hogueras y torturas fueron los métodos de castigo que implantó Alba, el duque de hierro, recien llegado de España. Su carácter autoritario no le desvió de sus propósitos, momento que aprovecharon los rígidos y pesados calvinistas para destruir todas las imágenes y objetos religiosos que pudieron. El terreno estaba preparado para una guerra que iba a durar ochenta años.
Deventer estaba en manos de los españoles y dependía del gobierno central católico en Bruselas. Hubo un intento fracasado de Guillermo de Orange de liberarla de la furia española, y la ciudad fue declarada enemigo nacional. Siguieron nuevas tentativas y más saqueos, destrucción y terror, hasta que el príncipe Mauricio de Orange en 1591 con 9000 soldados a pie y 1600 a caballo puso asedio a la ciudad. Después de cinco días de luchas, Deventer pasó definitivamente a formar parte de la República de las siete provincias de los Países Bajos. Ahora estaba arruinada, empobrecida y con una población dramáticamente mermada.
Huellas de entonces, restos de las murallas abatidas, los cimientos de una torre que sufrió el impacto de las armas, una pequeña iglesia que fue parte de un convento, son las huellas en la historia de la maltrecha Deventer. Además de las que dejaron esta larga guerra, Deventer guarda también la herencia de otras culturas que en alguna ocasión se sintieron atraídas por estas tierras entregadas a los caprichos del agua. Además de frisios, celtas y demás tribus germánicas, también Napoleón sintió predilección por Los Países Bajos. Los convirtió en un estado tributario y los bautizó con el nombre de República de Batavia, hasta que después de algunas rencillas y otros golpes de estado, los hizo monarquía y coronó como rey a su hermano Luis Bonaparte. La marcha de Napoleón no significó el fin del dominio francés y de nuevo Deventer sufrió un asedio. Muchos edificios fueron sistematicamente destruidos y todos los árboles del parque talados. Tres días después de la rendición de los franceses en 1814 fue liberada Deventer -como una de las últimas ciudades de Holanda- por cosacos y tropas holandesas.
No termina aquí este oscilar entre lo cotidiano y lo propio de una generación, y las aventuras, vivencias y temores de la siguiente. Dos grandes guerras acechaban en el siglo XX. De la primera le salva la neutralidad del país, en la segunda era Deventer una meta cercana para los que buscaban imponer su raza. La destrucción y el daño fueron de alcance desconocido, lo racial se perdió y las heridas dejaron huellas que han encontrado un lugar en el tiempo.
La historia de Deventer está escrita en la ciudad, presente en el gris y en la lluvia, en las piedras mojadas en las calles, en el aire, en las imágenes que a cada vuelta me encuentro. Deventer es un libro abierto que invita a la lectura. Todo lo dañado en otro tiempo está recuperado y lo que tiene edad se cuida con respeto. Lo veo en las calles de entonces donde la memoria pone nombres, recuerdos y anécdotas. Deventer, como ciudad del comercio y también de las ciencias, del poder obispal, de las reformas religiosas, fue encuentro de camino para numerosos pueblos del este de Europa. Sendas, carriles, caminos de arena, no sólo llevaron prosperidad al este de los Países Bajos sino que se responsabilizaron del enlace con Europa y del gran desarrollo en la historia europea. En realidad todos los caminos llevan a Deventer.
Publicado en: http://alenarterevista.net/
3 comentarios:
Pilar, ¡qué sensibilidad y cariño desprenden tus palabras!
Además de una perfecta descripción de las grandes cicatrices que la historia ha dejado en Deventer, creo que la caricia de tus palabras sobre sus calles, edificios, habitantes..., es más fuerte que los hechos despreciables que cometieron en ella reyes y desalmados.
Tu último párrafo, Pilar, es el canto más bonito que se pueda hacer a una ciudad a la que quieres tanto como a una eterna amiga con la que hablas todos los días de sentimientos comunes.
Mi más sincera enhorabuena y bienvenida con tu amiga, Deventer.
Un fuerte abrazo, Pilar.
La mirada que posas hoy sobre Deventer supongo que es fruto de una acendrada convivencia entre la ciudad y tú. Creo que el lema “Non scholae sed vitae discimus”, con el sentido que le das, debería figurar al frente de la Educación.
Saludos.
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