domingo, 29 de agosto de 2010

El olor de los veranos



imagen: wikipedia



Mensaje taoísta: "Los seres humanos estamos relacionados con las plantas y los árboles porque la naturaleza forma un todo"



Ahora que he vuelto al sur, regresan los sueños como un preludio grávido de promesas en el aire. Con ellos llegan los recuerdos de lugares reconocibles y de imágenes que quieren seguir siendo jóvenes, a las que asoma un guiño de complicidad y de desafío. Me reconforta saber que están todavía ahí -algo desfasados y sin el ímpetu fulgurante de aquellos años- pero me es preciso remontar cada vez más la distancia que me separa de entonces. Familia, fotos, cartas, diarios, palabras, calles por donde pasé, amigos que crecieron conmigo, son las imágenes tangibles que me llevan al ayer y vuelven a narrar capítulos completos de mi historia.

Además de todo lo asible existen otros conceptos -pienso en la música y los olores- que no están delimitados como los objetos y las personas, y que nos acercan a la memoria superando cualquier otras medidas de percepción. La música despierta los recuerdos e influye en nuestras emociones. Esta influencia fue ya conocida hace más de dos mil años por los egipcios, según se hace referencia en unos papiros encontrados en la ciudad de Kaham. De la misma forma proceden los aromas, que actúan en nuestro comportamiento afectando el mundo emocional, y de esta manera en los recuerdos. Para entenderlo sólo es necesario leer a Marcel Proust en "En busca del tiempo perdido" y su famosa magdalena.

Así, cuando evoco los veranos de mi infancia y juventud, las imágenes de entonces vienen rodeadas del sabor y el aroma dulce de los frutos de las higueras. Decir verano era igual a decir vacaciones; felices, largos, interminables días que pasábamos en casa de los abuelos, con un jardín inmenso para jugar y rodeado de árboles nogales, de perales, de membrillos y por supuesto de varias higueras. Este árbol –no muy grande y de hojas caducas- tiene dos cosechas, una de brevas al comienzo del verano, y otra ya cerca de su final de higos.

Cuando el fruto carnoso entraba en la madurez y desprendía su intenso aroma dulzón, era un aviso para nosotros de lo que se avecinaba. Antes de las ocho de la mañana, demasiado temprano para ser vacaciones, nuestra abuela nos ponía a todos en pie, y armados de cubos y palos nos dirigíamos a las higueras. Éramos como un ejército en pequeñito preparado para el ataque. Ella se enfrentaba al árbol golpeando las ramas hasta hacer caer la fruta, y nosotros recogiéndolas heridas del suelo entre hormigas, furiosas al verse privadas de tan sabroso alimento, y proyectiles de brevas apaleadas que se enredaban en nuestros cabellos. Y si os preguntáis el porqué de tanto destrozo, la única razón que puedo dar es que, finalmente, aquel manjar tan sabroso estaba destinado a unos orondos cerdos que criaban en la huerta. Yo no creo que ellos tuvieran nada que objetar. Para mí es ese olor meloso de las higueras en aquellos días de verano, el que todavía hoy al regresar al sur reclama mi memoria, y me hace recordar -además del aspecto que presentábamos al finalizar la batalla, el picor de los insectos y el jugo lechoso de las ramas partidas- un tiempo unido a cromos, tebeos y recortables.

En ciertas culturas este árbol está considerado como poderoso, y en la India se le rinde homenaje como a un santo. Está unido de una manera especial al entendimiento y al saber, pues Buda alcanzó la iluminación a la sombra de una higuera. Para otras culturas es el símbolo de la sexualidad relacionada con la fertilidad del árbol, en especial por la forma del fruto que hace pensar en el útero, y recuerda a los judíos, cristianos y musulmanes la caída del hombre en el Paraíso. Según el calendario celta, la higuera representa la abundancia y la prosperidad y tiene un carácter sensible que te será donado con generosidad si eres nacido bajo su signo.

Este verano he regresado de nuevo al sur y a sus aromas. Sólo tengo que cerrar los ojos y dejar que el olfato estimule mis sentidos: el olor a mar, siempre el mar, el olor de los espetos en la orilla, el intenso perfume de la biznaga, el dulce perfume de los vinos y de los puestos de flores en la alameda, y esa tiendecita recogida y gentil donde encuentro la deliciosa "torta loca" y los membrillos. Así se entremezclan los olores de antes con los nuevos ahora ofrecidos, provocando un enlace de recuerdos e interesantes conocimientos; ellos son para mí el estímulo evocador que provoca mi memoria.



(publicado en la revista "Alenarte")

1 comentario:

Nómada planetario dijo...

Es curioso como cuando estrujo la memoria al máximo con los dichosos apuntes, en lugar de quedarme con lo que tengo delante, me vienen olores de la infancia. Por cierto en la zona de Coín elaboran un brebaje muy dulzón con higos al que llaman arrope.
Saludos con olor a dama de noche.