miércoles, 31 de diciembre de 2008

Prólogo a un esperado encuentro



Dedicado al 2008

Me entrego a lo inevitable, y oculto la creciente inquietud trás secuencias que apuntalan los últimos momentos.

No hay nada más que hacer, ya no hay demora posible, sólo la incondicional ausencia, y un inasible retorno dejará paso al nuevo ciclo de la vida, que espera en el
vientre grávido de las horas el morir de tus latidos.

El tañido del reloj y un avejentado almanaque seguirán mostrando la dimensión del tiempo.

domingo, 28 de diciembre de 2008

La nieve me dio la bienvenida


Ya he regresado al silencio y a la quietud del blanco de mi entorno. El frío me hace extremecer pero no consigue entibiar las cálidas sensaciones traidas desde allí, imágenes de una ciudad en la que lo cotidiano refleja la emoción intensa del encanto de su historia, y donde tengo anclados tantos íntimos recuerdos entre el bullicio de unas calles y las prisas de la vida. Cada encuentro con ella lleva también el riesgo de la separación, hiriendo ese cordón umbilical que nos une, pero vuelvo y guardo las huellas en mi sensibilidad curada.

Esta vez llegué a una ciudad con nostalgias de Navidad, que me abrazó con su luz y un sabor a primavera. Anfitriona, y presumiendo de siglos, puso como siempre a mi disposición una muestra de su arte que inundó mis ojos con contornos y figuras, perfiles y colores, personajes silenciados en lienzos, piedras que se enfrentan al tiempo implacable. Pero esta vez, además, me hizo sentir centro de un espacio en el que la voz se irguió sobre la ficción horizontal de la palabra escrita: química tangible al descubrir las miradas cómplices de los amigos. En el contacto de sus brazos abiertos fui protagonista en el cerrado círculo del tiempo.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Ghosts of Christmas: El espíritu de la Navidad



Charles Dickens está de nuevo aquí, envuelto en el olor del ponche y las castañas asadas, y yo vuelvo a dejarme conquistar por ese aire inglés de Navidad que llega con su visita. La nieve este año es real, y al calor de la fogatas encendidas en las calles se acercan los personajes traídos por él, entre temblorosas luces, árboles de Navidad, y casas restauradas de la época. No sólo en las calles, sino a través de ventanas y puertas abiertas entras en el ambiente romántico y lleno de contrastes del siglo XIX.

Esta vez quiero alcanzar el tiempo y retroceder, cruzar esa línea que separa lo verdadero de lo imaginado en sus cuentos, vivir en el presente las historias de los libros. Me veo avanzando por esas calles anfitrionas de la ciudad. Hace frío. Copos de nieve dan el toque blanco al color en las mejillas de la gente. Pronto me encuentro rodeada de una abrigada multitud, deseosa igual que yo de conocer a los verdaderos protagonistas del día: vendedores de periódicos, deshollinadores, huérfanos desharrapados, mendigos y locos, rateros, niños que ofrecen en venta. En el recorrido también me cruzo con damas elegantes y caballeros con sombreros de copa. Más adelante me enfrento a un grupo de exaltadas señoras que exigen el derecho a voto, mientras vendedores muestran sus mercancías y un muchachito anuncia las noticias del periódico que ofrece.Tengo un encuentro con Ebenezer Scrooge tan desagradable como siempre, con la pequeña Dorrit, con el distinguido señor Pickwick. A Oliver no hay quien lo pueda coger, y David Copperfield muestra el buen carácter que nos contaba Peggotty. En una esquina un contador de cuentos entretiene a un grupo de curiosos, y hay un momento de confusión cuando atisbamos a la reina Victoria a través de los cristales de una carroza.
El aire frío trae cerca las notas de un coro que canta a la Navidad mientras el día cuenta tenaz las horas. Voy pasando de un libro a otro recogiendo cada una de las historias. Los personajes se muestran cansados y se hacen reales, toman propias decisiones, manifiestan sus derechos. Se han hecho noticia que atrae a miles de visitantes para asistir a esta cita cada año, y así saben que volverán a copiar la moda de entonces, a airear los disfraces, a desempolvar sombreros, y ensayarán canciones y textos para dialogar. Así cuando el rumor de la ciudad vuelve a sus actuales dimensiones, los protagonistas del día regresan al silencio de las letras. Allí dormirán el sueño reparador que los harán tan apetecibles, tan deseados como cada año.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Personaje de leyenda


5 de diciembre: fiesta de Sinterklaas en Holanda

Los Reyes Magos no llegan hasta Holanda, la distancia es demasiado larga para tres reumáticos camellos, pero los niños holandeses no se pueden quejar porque también tienen quién les lleva los regalos: un ancianito de largas barbas blancas, con un montón de siglos echados a las espaldas, hace felíz a los que se portan bien.

Se conoce poco de los primeros años de vida de este santo varón que nació allá por el siglo III al que le pusieron de nombre Nicolás, y que llegó a ser obispo de Myra, lugar situado en lo que hoy es Turquía. Según ciertas crónicas su vida está marcada por una serie de milagros. Se cuenta que en su edad adulta fue en peregrinaje a Jerusalén. Durante la travesia un fuerte viento arrastró uno de los mástiles del barco, golpeando a un marinero que resultó muerto. Cuando el tiempo quedó en calma y los tripulantes más tranquilos, vieron como después de una oración del santo el marinero volvía a recobrar la vida. Pero la fama de su nombre llegó después de su muerte, un 6 de diciembre del año 342. Desde Myra y Constantinopla se extendió su devoción por toda la Iglesia griega y rusa. De ahí pasó en el siglo IX a Italia y en el X a Alemania, Inglaterra y Francia. Como consecuencia de la invasión turca de Asia Menor, sus restos fueron llevados a Bari en el sur de Italia, donde parece que descansan ahora.

Lo curioso es que en esa fecha -6 de diciembre- no es la muerte sino el cumpleaños del santo lo que se recuerda. El día anterior, 5 por la mañana, hace su entrada oficial en la ciudad, acompañado de afanosos ayudantes negros –Zwarte Pieten- que son los que hacen las compras en los grandes almacenes. El viaje lo hace en barco de vapor desde Madrid, donde según la tradición vive. La leyenda echa una mano para explicar que esto no es un capricho, descubriendo que los holandeses se equivocaron y no es Italia sino España el lugar que escogieron para dejar reposar sus restos. De ahí también el color de sus ayudantes: era el tiempo de una España árabe y eran servidores moros los que acompañaban siempre a San Nicolás. Pero otro rumor popular -y por el que me decanto- dice que el motivo del color es que andan a menudo entre chimeneas y después ya no tienen tiempo de lavarse ... ¡quién puede estar seguro de saber la verdad!

Cuando ese día llega la embarcación, adornada de banderitas holandesas y españolas a la ciudad, es recibida por el alcalde que será quien le entregue al santo las cartas que escribieron los niños. San Nicolás va vestido con túnica blanca y manto rojo, lleva en la cabeza una mitra del mismo color con cruz dorada, símbolo de la autoridad eclesiástica, y en las manos un báculo dorado y un libro con los nombres de los niños que se han portado bien. ¡Ah, y para prevenir confusión con otros que se quieren hacer pasar por el santo, el verdadero lleva una fina estola roja también al cuello! Los niños ataviados con gorritos de papel y agitando banderitas, cantan a todo pulmón –seguramente para entrar en calor- canciones dedicadas al santo. Después San Nicolás dará un paseo por la ciudad en un caballo blanco que tiene por nombre Américo. Pueden imaginarse los lectores que, debido a la alta edad de este venerable señor y lo resbaloso de las calles heladas, se toman las debidas precauciones para evitar caídas.

Los niños no tienen que esperar hasta el día siguiente. Esa misma noche después de cenar, les llevará San Nicolás los regalos. El santo se subirá al tejado con caballo y todo para echarlos por la chimenea -cosa peligrosa en esta época fría del año- aunque la mayoría de las veces, seguramente por miedo a un resbalón, es en la puerta de la casa donde tras dar un fuerte golpe deja un saco lleno de presentes. Los regalos van envueltos en papel con el nombre del destinatario, acompañados de un poema que deberá ser rimado, en el que se comentará cualquier cosa que se relacione con el que lo recibe. Los que se han portado bien no tienen nada que temer, en caso contrario existe el saco y una varilla con la amenaza de azotes. Pero es el saco -de yute- lo más terrible que le puede pasar a un niño que se ha portado mal: San Nicolás se lo llevará dentro de él a su regreso a España. Imagino que para un niño la amenaza de ir a es país tiene que estar unida a terribles imágenes. Y así termina esta visita anual: abriendo paquetes, leyendo, cantando y comiendo las golosinas típicas de la fecha, mientras San Nicolás regresa a España cansado ya de andar toda la noche por los tejados.

Para conocer el origen de esta fiesta hay que indagar mucho más allá de las raíces del santo. En la antigüedad germana se celebraba el comienzo del invierno en honor del dios Wodan, exigente en sus ofrendas. Estas ceremonias tenían carácter festivo y muchas veces llegaban a ser verdaderas orgías. Al aparecer los cristianos en Holanda se opusieron a esta manera de festejar tan pagana y se quitaron a Wodam de en medio dándole a la fiesta un tinte más religioso, hasta que los protestantes reformaron todo lo que tuviera sabor papal y San Nicolás tuvo que desaparecer. No quedó de él ni las imágenes en las iglesias. Sin embargo siguió la tradición en el interior de los hogares hasta que en el siglo XIX salió de nuevo a las calles. Ahora la fiesta de Sinterklaas no tiene nada de aquella religiosidad, y la orgía se ha hecho material hasta alcanzar su punto más alto el 5 de diciembre. Nicolás es un santo que sabe manipular muy bien la avaricía en los niños de una manera en extremo tentadora con toda clase de anuncios de regalos. Quizás es esta su manera de luchar contra Papá Noel, otro anciano que tampoco se siente impedido por la edad y que compite con él en una lucha que cada año se repite. Sin embargo la fiesta del 5 de diciembre forma parte de la cultura del país, símbolo de la identidad que llevan con ellos cada uno de los holandeses.