Aún espera mi
jardín la caricia encendida, la luz migratoria y cómplice del verano.
Aún espera que
cambie el gesto descortés y distante, que repare la faz de un poniente sin sombras y sin nombres.
En mi jardín, lunas que evaden su obligación y nidos que no funcionan,
un parasol depresivo, una rama quebrada, nada;
tanta carencia cercena azules y contradice el aire con presagios de otoños.
Estas tardes ociosas en mi jardín se respira un acento umbrío y cierta humedad
que dota las pupilas de tibias resonancias.
Un vencejo sin conocer el ritual, rosas, claveles y dalias, y un gato, siempre un gato en mi jardín, que implacable no deja de explorar fronteras ineludibles.
Mientras,
mi jardín
espera que se haga verdad el relevo perpetuo de los tiempos.