Se acercó a ella desde el silencio, para intentar
descubrir la imagen que le ocultaba la memoria y el tiempo transcurrido. Se
había dado cuenta de que los recuerdos con frecuencia olvidan o se esconden
tras el muro que van formando los años, haciendo imposible el retorno a lo que
ha sido. Su deseo era dar vida a los sueños, recobrar el ritmo diario y ese
rumor cercano que es el respirar de una gran ciudad. Con todo esto aprisionado
en sus ojos, se sumergió en el andar apresurado de la gente sin tiempo,
buscando el corazón aquel que le tenía enamorado. Atrapado en el carrusel
acelerado de los días, le recibieron las calles con alborozo exagerado, donde
la lluvia dibujaba espejos y reflectaba sonrisas. Sintió la mirada recelosa de
los viejos edificios revestidos con la prestancia de los años. Se encontró de
nuevo con aquellos que perduran en piedra y respiró el verde resistente a
cambiar de color. Hasta él llegó el aliento cálido de las bocas desdentadas del
metro y una profusión de luces y sonidos le invadió como una marejada. El ritmo
añorado se convirtió en una danza rápida de miles de pisadas, y un sonido, que
quería ser melodía, convirtió la música en un frenesí de ruidos a su alrededor.
Se sintió arrastrado en el torrente de las grandes arterias, perdiéndose en su
caudal.
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