Recibo al otoño cuando hace emigrar las
últimas horas del verano,
días de siesta no recuperables.
Otoño de hojas caídas y girasoles que ya no
obedecen,
de noches calladas, sin ruidos.
El otoño, granero de invierno,
me alcanzó en el sur con lluvias mal
repartidas y exageradas.
Aguas que quiebran sueños y siembran
desastres.
Este otoño jóven de hoy,
oloroso de lluvias,
está herido de otras tormentas, de voces,
de presagios,
ecos de riesgo y discordia.
Está triste el otoño.
Otoño de luces tíbias, como adormecidas,
de marrones y ocres que visten sus campos de
elegante nostalgia.
Me acerco al otoño
a los senderos casi perdidos, sin diálogo,
ante la mirada impávida del tiempo
y la realidad agostada en el olvido.
Irrumpen límites y humos
sombras que imponen mordazas,
caminos fragmentados,
precipicios y recodos donde la palabra se
oculta.
Sueños incoherentes.
Después ... ¡nada! ...
2 comentarios:
Pilar, me ha gustado.
Estoy muy sensibilizado con todo lo que se refiere al otoño. Será que me hecho muy mayor.
Creo que el otoño es la estación que más melancolía impregna en nosotros. Pero forma parte del ciclo vital, como la sinfonía de verdes de la primavera.
Un abrazo.
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