domingo, 29 de junio de 2008

Cambios




Olvidé que es el destino el que pronuncia siempre la última palabra, y fueron aquellas Navidades las últimas que pasé en España durante mucho tiempo. Pero esto aún no lo sabía yo cuando llegó mi marido a Málaga con su título en el bolsillo y con trabajo. Por fin podríamos empezar a sentirnos verdaderamente casados. Además mi padre abandonó el silencio y se decantó por la tregua con una pretendida generosidad: había ya en proyecto otra boda en casa, y esta vez sí llegaría él hasta el altar.

Nosotros seguíamos aquellos días aprendiendo de nuestra recién estrenada dualidad, adaptando nuestros acentos al camino que empezábamos a recorrer con las promesas de paz y felicidad para este año 1974. Enero fue plácido en Málaga, exceptuando el despertar de una mañana con las gasolineras colapsadas al anunciarse cuatro pesetas de subida al ya preciado líquido. Se habían recuperado las palabras perdidas con el atentado a Carrero y ahora se empezaban a oír algunas del gobierno sobre reformas, pero estas no llegarían a ver la luz. Antes llegó marzo y le quitaron la vida a Salvador Puig de la manera más cruel. En abril nuestros vecinos hacieron la revolución del clavel, y la enfermedad de Franco no tuvo el final que todos deseábamos. España no iba bien, y la empresa holandesa cierra sus puertas: mi marido se quedó sin trabajo. Mientras tanto seguía Peret dicíendote que cantes y seas felíz....

Con el cambio de horarios tuvimos encima el calor. Preveíamos dilemas y desalientos, pero no queríamos dejarnos vencer por esa realidad no prevista. Nos seguían ilusionando las noches transparentes y los amaneceres. Cerca de casa teníamos el mar. Por las mañanas nos despertábamos con el ir y venir de las gaviotas y el rumor de las jábegas que regresaban de la pesca. Fue el verano en el que la "La Naranja Mecánica" -con Cruyff a la cabeza- se dejó arrebatar la Copa Mundial. Sí, recuerdo aquel verano como algo con un cierto abandono, entre mis quehaceres diarios y mi trabajo, inmóvil en el tiempo que pasó.

Algo más tarde se cerraba el círculo con la llegada de la Navidad. Para celebrar esta pausa anticipada de las resoluciones que tendríamos que tomar, decidimos pasarlas en Holanda. Nada me hacía presagiar que en los veinte y cinco años siguientes sólo en una ocasión celebraría las Navidades en mi tierra.

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