domingo, 29 de junio de 2008

Paraíso de bicicletas




A estas alturas los capítulos de mi historia están en un mismo plano, sin distinción de fronteras y nacionalidades. El tiempo les ha ido dando fijeza y contornos apacibles, suavizadas las diferencias. Ahora todo se encuentra cercano, sin ocultar sorpresas repentinas ni paisajes sin descubrir. Aunque ... ¿es verdad esto, he hecho ya mía todas las costumbres, símbolos y tradiciones de este país, me he adaptado a los horarios, doy al idioma la justa interpretación? ... Es conveniente comprobarlo. El mejor resultado llega a través de las experiencias y reacciones de los que vienen de fuera a visitarnos, que sirven como catalizadores de mi propia adaptación.

Uno de estos días hemos hemos ido con amigos a visitar el museo Krőller-Müller, en el Parque Nacional Hoge Veluwe. Esta parte de Holanda tiene una belleza especial: bosques de pinos y zonas amplias con una gran diversidad de animales y plantas. El museo tiene una de las colecciones particulares más grande del mundo de la obra de Van Gogh. Desde la entrada del parque hasta el museo se puede llegar en coche y ¡cómo no¡ en bicicleta, a través de tres rutas trazadas que tienen diferente extensión. El museo tiene a disposición del visitante 1700 bicicletas de color blanco. Así que no hace falta decir mucho más: ¡Ya me lo estaba viendo venir! ... Escogimos, no, ellos escogieron, en hacer el recorrido en bicicleta. No tuve más remedio que hacerme fuerte y confesar: ¡no me he subido nunca en una bicicleta! Y ahí me vi yo haciendo de "paquete", cosa que también da problemas: tienes que subir en marcha, de un salto, y tratar de mantener el equilibrio con desenvoltura y elegancia. No sé a que altura quedó lo elegante y desenvuelto de mi estilo, pero el equilibrio lo conseguí y es que no me quedaba otro remedio.

Para los holandeses –que ya se deslizan sobre ruedas casi antes de saber andar- la bicicleta es el medio normal de transporte. La frecuencia con que hacen uso de ella, la práctica, el desprecio de las condiciones del tiempo, fueron las características que más me llamaron la atención al llegar. He visto madres en bici, cargadas con uno o dos niños, con bolsas de compras colgando del manillar, tirando de la correa del perro; estudiantes, mayores que van a su trabajo. Todos hacen uso de este transporte sin importarles hielo, nieve, vendavales, lluvia, que de todo abunda en esta tierra. Si hubiera sabido que este país iba a ser el lugar de mi residencia, hubiera tomando lecciones prácticas antes de venir porque ... ¿hay algo más penoso que vivir en Holanda y no saber cómo se maneja? El caso es que a veces, y sólo en verano cuando el tiempo se muestra más complaciente, siento ese impulso de pasear en bicicleta a lo largo de los canales como una holandesa más. Pero desgraciadamente ese buen tiempo dura poco aquí en Holanda y entonces, cuando llueve o se levanta ese viento fuerte del norte, es cuando más contenta me siento de que me he decidido por el coche.

La visita al museo resultó un éxito. El parque con 5500 hectáreas es uno de los más grandes de Holanda y mostró su carácter atractivo e interesante que le caracteriza desde sus orígenes a principios del siglo XX, pero quizás fue el frío el que hizo que ninguno de los ciervos, corzos, jabalís y todos los demás habitantes del terreno se dejaran ver durante el recorrido, que terminó siendo una experiencia curiosa para mi. De lo que no hay duda es que és ésta, montar en bicicleta, una de las asignaturas que aun tengo pendiente de aprobar.

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