lunes, 30 de junio de 2008

Una mirada a Rotterdam



Llueve lento esta mañana en la que hasta el verde tiene un aire cansino. Lo único que muestra prisa es el paisaje cuando lo veo pasar a través de los cristales sucios del tren. Lo que abarcan mis ojos tiene la monotonía displicente de un estribillo repetido a lo largo del trayecto: árbol, pueblo, iglesia, más árboles, otra casa, y agua, siempre el agua hecha costumbre para la vista. Así, una y otra vez, hasta llegar a la meta de mi viaje de hoy: Rotterdam, nombre con vocales cerradas y fuerte acento como sello de los que viven en ella; de buena raza y personajes de nombre. Una ciudad distinta, que no se inmiscuye en las turbulencias del turismo. Ave Fénix que resurgió del fuego, ahora dotada de modernos diseños y atributos. Deseada y conquistada en su tiempo por españoles aventureros, y franceses de Napoleón. Y todavía siguen llegando nuevos conquistadores de fronteras y capital, y todos los que buscan algo más que un simple encuentro o una visita a uno de esos "coffee-shops" o al Euromast.

Sigue lloviendo lento esta mañana: es una lluvia silenciosa, que no se concede pausas. El estilo tradicional de la ciudad la admite sin reproches; está acostumbrada a la humedad constante del Delta, y nadie parece temer enfrentarse a la lluvia a pesar de que roba el paisaje y empequeñece el horizonte. Tampoco a mí me impide seguir -esquivando paraguas y tranvías que chirrían irritados- con el ritual de encontrar las imágenes que conocí en aquel tiempo. Por eso, ¡qué me importa la lluvia si no se lleva ningún retazo de los recuerdos! Hoy es algo más que me acompaña para poner el acento de autenticidad a este regreso.

Justo a tiempo. La memoria no es de naturaleza fiel y me engaña con nostalgias que cambian con la misma frecuencia de esta lluvia que me acompaña. Pero hoy es todo real como era el itinerario el día que llegué y que yo recupero, mientras las imágenes se van haciendo tangibles en el ambiente burbujeante, marchoso, de esta ciudad que ha tomado buena nota de las heridas de su pasado. Una circulación ordenada me trae a la realidad del día hasta que tomo de nuevo las riendas del presente: su contorno, la arquitectura, el trazado de las calles, la cultura, el arte, los monumentos, los parques -diferentes en trazado y estilo- y un puerto activo que le dota de aromas y sabores; todo como muestra de su carácter esforzado, en donde apenas puedo imaginarme que en otros tiempos algún café de época o un esforzado molino se asomara a las aguas interiores de la ciudad.

1 comentario:

Nómada planetario dijo...

Todo el devenir del tiempo se plasma en grandes mutaciones, para esas enormes urbes que se desprendieron de su pasado, ahora reconvertidas en templos del sector servicios.
Saludos desde un Sur que cede cada vez más a la especulación urbanística.