domingo, 29 de junio de 2008

La espera




Mientras escribo vuelven las imágenes de aquellas Navidades que fueron tan distintas para mí: conocí lo que es realmente el frío y viví de otra manera las fiestas, sin panderetas ni zambombas, sin turrones. Tampoco hubo uvas en Nochevieja. A cambio tuve otras experiencias, otra manera de estar en familia y otro ambiente. El año 1975 lo recibimos con fuegos artificiales en la calle, pero el frío siguió sin gustarme. Días fuera de la rutina y que ayudaron a no olvidar que teníamos ilusiones.

El tiempo del que disponíamos terminaba. Había llegado el momento de establecer condiciones y enfrentarnos a una vida que no estaba siendo la que habíamos planeado. Tendríamos que acomodarnos a los límites que imponían las circunstancias. También en Holanda el futuro era hermético, pero estábamos seguro de que sería más fácil combatirlo sabiendo de nombres y puntos de referencias, y mi marido conocía las reglas y secciones de su país. De esta forma establecimos enfrentarnos a ese futuro esquivo en su propio espacio y no perseguir más imposibles, pero yo regresé otra vez a Málaga donde me esperaba el trabajo y la casa de mis padres para combatir la soledad.

No fue un tiempo fácil. Lo cotidiano del trabajo llenaba mis días huérfanos de amaneceres y caricias. Me costaba adaptarme al nuevo órden de cosas limitadas por la ausencia. A mi alrededor estaba todo tenso, una inmovilidad aparente marcaba el temor a una memoria despierta, sin embargo la vida seguía siendo la protagonista: había quien proponía que "sacáramos el güisqui y organizáramos guateques", pero esto era sólo una canción. La realidad estaba en otros temas: Umbral ganaba el premio Nadal y Holanda se hacía con el primer premio en el festival de Eurovisión, la censura estaba aún presente en "el caso Montalván", y el mes de mayo se termina con los sucesos en Montejurra. No se presentaba un panorama muy esperanzador ...

A veces se necesita correr riesgos para sobrevivir entre tantas imágenes quebradas, y aceptar el reto de un futuro que yo no quería dejarme arrebatar. Las armas para librar esta última batalla las poseía yo. De nuevo me ví hacíendo las maletas, esta vez llevaba en ellas toda mi vida.

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