lunes, 30 de junio de 2008

El agua mansa



Después de mis experiencias con la gente, el idioma, el frío, las bicicletas, y muchas otras cosas, es más fácil dejar de sentirme en tránsito y entregarme a esta tierra que desde hace tiempo convertí en mi hogar. He aprendido a reconocer colores en la niebla, a enfrentarme con otros hábitos, sabores y sonidos y me he convencido de que el calor no está en el aire sino en el corazón de la naturaleza, aunque esta sea voluble y tenga ráfagas caprichosas. Así ocurre que aunque no calce zuecos me gustan los arenques, el queso, el puré de manzanas y ver las vacas pastando tranquilamente en el verde.

Si me preguntan por algunas de las cosas que distinguen a Holanda siempre pienso en dos: que llueve mucho y que está bajo el nivel del mar. Ya lo dice su nombre: Nederland, neder-bajo y land-país. Así que se reune todo, mucha agua, mucha gente, pero poco sitio: 450 habitantes por km2. Del mar se protegieron construyendo diques, y para hacerse grande encontraron la solución en los polders, extensiones de terreno ganadas al mar. Los diques son los que contienen esa agua en su sitio. La mayoría están en el norte y el oeste del país. El terreno en los polders es completamente diferente al resto del paisaje holandés: los caminos son rectos, los árboles están también en filas rectas, no hay bosques, y si quieres llegar a uno de ellos siempre tienes que pasar por un dique.

He comprobado lo orgullosos que se sienten los holandeses de la persistente lucha que mantienen durante siglos contra el agua. Aunque yo más bien creo que tienen una relación amor-odio que van arrastrando desde tiempos inmemorables. Principalmente porque, a pesar de los problemas que les da desde siempre, también tienen que agradecerle su existencia. El mar les dejó arena con la que se formaron dunas que hiceron de barrera protectora del país, también el mar les trajo prosperidad ya en la Edad Media con el intercambio comercial, y hasta el siglo pasado el transporte por agua tenía una gran importancia. De igual necesidad eran los ríos, suministro de agua para la agricultura y los habitantes.

Por lo tanto Holanda tiene mucho que agradecerle al agua, y también a los diques que les sirvieron de defensa. En cierto momento durante las dos últimas guerras europeas tiraron parte de algunos diques para provocar inundaciones y así evitar el avance de los ejércitos. Sin embargo, Holanda las ha sufrido y bastante graves al romperse esos diques con fuertes mareas y tempestades que dieron por resultado grandes castástrofes. Así en febrero se recuerda lo que se conoce como el Desastre de 1953. En aquel año, del 31 de enero al 1 de febrero, las olas del mar destruyeron unos 187 kms. de diques. En algunos sitios el agua subió tan alto que sobrepasó en altura a la de ellos, y al día siguiente la marea arrastró 1835 personas y unos 30.000 animales, que perdieron la vida. En total 153.000 hectáreas de terreno quedaron bajo el agua. Después de esta tragedia se puso en acción el plan Delta, construyendo nuevos diques y presas, reforzando y haciendo más altos los existentes y así dominar o hacer que la probabilidad de que ocurra lo mismo sea lo más pequeña posible.

Lo primero que vi al llegar a este país aquel verano del 73 fue el agua, muchos y alegres canales llenos de vida con toda clase de embarcaciones y gente que disfrutaba de un tiempo que no se prodiga con facilidad. Los holandeses sienten por el agua un sentimiento que les somete, porque lo que es cierto es que sin agua y sin inundaciones no habría diques ni polders y sin diques y polders no podría existir los Países Bajos. (foto:Parool.nl)

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